PÍO BAROJA
VIDA
Nació en 1872 en San Sebastián, pero casi toda su vida estuvo en Madrid donde estudió Medicina y se doctoró en una tesis sobre El Dolor. Tiene contactos con otros escritores (Azorín, Maeztu,…) que le llevan a entregarse a la literatura. Tiene colaboraciones en diarios y revistas, hace muchos viajes por Europa.
En 1935 ingresa en la Real Academia Española, durante la Guerra Civil se traslada a Francia hasta en que vuelve a Madrid en el cuarenta donde morirá en 1955.
OBRA
Se trata de uno de los novelistas más importante de la generación, él mismo las clasificó según un criterio cronológico:
- Antes de 1942: donde escribe sus mejores obras (“Camino de perfección” y “El árbol de la ciencia”) pero también hace muchas más como: “Zalacaín el aventurero”, “Las inquietudes de Shanti Andía”,…
- Después de 1912: en esta época destaca la serie titulada “Memorias de un hombre de acción” (con 22 obras)
Hay quienes agrupa la obra de Baroja en ciclos o trilogías (tierra vasca – la vida fantástica – la lucha por la vida).
El estilo de Baroja es preciso, sencillo (a veces resulta grosera) y sobrio. Es un gran virtuoso de la descripción impresionista, del diálogo y del humor especialmente amargo.
Las inquietudes de Shanti Andía (fragmento) considerada una de sus obras más divertidas.
» Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores y sensatos al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por las revueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por iguales derroteros que ellos, y que tienen, ¡los insensatos!, además de la satisfacción de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer de mirar a un lado y a otro de su ruta y de ver cómo sale el sol y se pone el sol, y cómo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas. La preocupación por conseguir un fin nos intranquiliza a todos los hombres, aun a los más desaprensivos, aun a los más indolentes, y yo, por mi parte, hubiera deseado vivir todavía más en cada hora, en cada minuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir. Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicureísmo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino. Realmente el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos caminos, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación. Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la Naturaleza. Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento. «